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Nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse

El texto que abre este artículo es un fragmento de otro más extenso, el prólogo del libro «Los mensajes de Chloe», un relato instruido de María del Carmen Alba Figuero, que fue la coordinadora de la Oficina de Asistencia a las Víctimas del Terrorismo de la Audiencia Nacional. Un prólogo inteligente, lúcido, no equidistante sino objetivo, honrado y triste, que debería ser objeto de estudio obligatorio para los funcionarios de la Justicia.

Estamos ante una obra de gran pureza

El relato en primera persona de una madre que asiste con impotencia a la muerte por mala praxis médica de su hija recién nacida, de su pequeña Chloe y el calvario que, después de tal desgracia, padeció en vía judicial.

Es característico de esta nueva victimización, que viene a acrecentar notablemente el daño ocasionado por el propio injusto, el abandono institucional de la víctima en sus múltiples formas: carencia absoluta de información, ausencia de un mínimo gesto de empatía hacia ella, desconocimiento de sus necesidades de protección y un sinfín de malas artes que sitúan con frecuencia a la víctima en el lugar de «mero espectador» (expresión utilizada con acierto por la autora) de aquello en lo que se le está yendo la salud y la vida.

La ley vigente en el momento de la pérdida de Chloe y durante el proceso judicial posterior, contemplaba (y contempla), entre otros, los derechos de la víctima y, por tanto, de Alberto y Mónica, como padres de la víctima fallecida, a ser informados de las «medidas de asistencia y apoyo disponibles, sean médicas, psicológicas o materiales, procedimiento para obtener asesoramiento y defensa jurídica, indemnizaciones a las que pueda tener derecho y, en su caso, procedimiento para reclamarlas»… En el presente caso no se realizó, ni siquiera, el preceptivo ofrecimiento de acciones, contemplado en la Ley Rituaria Procesal. A Alberto y a Mónica no se les tomó declaración en ningún momento, pese a ser los principales testigos. Nunca fueron informados y ni siquiera tratados con un mínimo de humanidad profesional.

Llegados a este punto, llama la presente obra a reflexionar sobre las causas, no ya de la falta de empatía, sino incluso del rechazo que en muchos profesionales del sector de la justicia provoca la figura de la víctima en sí y que, desgraciadamente, he podido constatar en mi experiencia profesional al servicio de víctimas. Parece esconderse detrás de ese rechazo, parapetado por una pretendida necesidad de imparcialidad profesional, el tremendo miedo a la realidad de la desgracia. Mostrar empatía hacia la víctima lleva, de alguna manera, a compartir el horror, humanizar el trabajo diario obliga a implicar el lado más frágil de la persona. Este sentimiento llega a afectar incluso a los propios profesionales contratados por la víctima no siendo extraña la renuncia de aquellos en mitad del procedimiento. Así lo veremos en esta obra. Yendo más allá de la propia norma, tenemos en nuestras manos una interpelación no solo a los organismos encargados de la persecución y represión de los delitos y sus agentes o colaboradores, sino también a la sociedad entera. Una invitación a reflexionar sobre nuestra respuesta a las necesidades de las víctimas. Es, en fin, el presente relato, la continuación de la alarma que en el hospital alertaba sobre la pérdida de bienestar de Chloe en aquella fatídica noche de mayo de 2016. Esa alarma, negligente y delirantemente silenciada por manos de quien debía dar respuesta, ahora resuena, revive, de mano de la madre de Chloe…

La lucha de la pequeña Chloe por respirar, es decir, la lucha por aquello a lo que elemental y naturalmente tiene derecho cualquier ser humano, y que le fue tan tempranamente arrebatado, es después la lucha de sus padres por obtener el fundamental amparo, protección y reparación por parte de la justicia.

La autora, con notable acierto, transmite al lector ese sentimiento de falta de oxígeno y de absoluto desamparo a causa de la clamorosa incompetencia y desoladora indiferencia de quienes deberían haber llevado ese oxígeno a su destino. La luz se abre paso también en este mar de sombras, gracias a la sabiduría que de forma natural emerge del dolor, como las flores que milagrosa y hermosamente surgen de la lava volcánica que previamente arrasó todo a su paso.

Los mensajes que Chloe nos transmite por mano de su madre bien se podrían resumir en las divinas palabras recogidas en Mateo 10-26: «Nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse».